Vamos a suponer que se han hecho bien las cosas y cuando vamos a comprar o alquilar una vivienda, vemos anuncios de varios inmuebles todos ellos con su respectiva calificación energética. ¿Como puedo yo, como posible usuario, interpretar esa calificación energética? ¿Qué valor tiene?
Antes que nada, hay que saber que la media de las calificaciones energéticas en España es una E. Así pues, en general, todo lo que esté por encima de esa E nos va a ayudar a ahorrar energía y lo que esté por debajo nos va a hacer derrocharla.
El certificado energético para edificios tiene dos calificaciones, como podemos leer en la etiqueta energética: una para consumo de energía y otra para emisiones de CO2. Generalmente ambas están estrechamente relacionadas, aunque con ligeros matices. Al usuario final lo que le importa, generalmente, es consumir menos energía, y por tanto pagar menos a final de mes. Pero la calificación “oficial” del certificado de eficiencia energética, sin embargo, es la segunda, aquella de las emisiones de CO2, que es la que le importa al planeta. Afortunadamente, como ya he dicho, suelen estar relacionadas.
La diferencia entre una y otra es que las emisiones de CO2 valoran que las energías sean renovables, así que una vivienda con gran gasto energético, pero con energías renovables puede obtener una buena calificación. Por ejemplo, si colocamos una caldera de biomasa o pellets en una vivienda aislada y sin aislamiento, es probable que obtengamos una calificación B o incluso A de emisiones de CO2, pero una calificación E o inferior en consumo de energía. La eficiencia energética de esta vivienda resulta muy cuestionable. Por tanto, para ahorrar en la factura, lo más importante son las medidas pasivas, es decir, un buen aislamiento térmico, una buena orientación y protección solar, así como ventanas y vidrios de poca transmitancia térmica, entre otras medidas.
Partiendo de la base de que el consumo medio mensual de energía para una vivienda con una calificación E puede rondar los 60 €/mes, el consumo para una vivienda con una letra A serían unos 30 €/mes o menos. Sin embargo, para una vivienda con una letra G, el consumo sobrepasará los 80 €/mes. Hay que tener en cuenta que estos son valores medios y que dependen mucho del mes del año en el que estemos y de las rutinas y especificidades del usuario.
Esa diferencia de ahorro energético, aunque pueda parecer pequeña respecto al precio del alquiler del inmueble, puede ser decisiva frente a precios de alquileres parecidos. En la compra de un inmueble, una buena letra puede tener aún más ventajas, como la reducción futura del IBI (Impuesto sobre Bienes Inmuebles), o el hecho de no tener que hacer futuras derramas para mejora de las instalaciones o de la fachada del edificio.
Ahora bien, es conveniente explicar a los clientes que no se pueden comparar, dentro de un mismo baremo, la calificación energética de un edificio con la de un electrodoméstico u otros objetos que vemos a la venta en los comercios (neumáticos, bombillas, etc.). Las calificaciones energéticas para electrodomésticos comenzaron mucho antes, en los años 90 del siglo pasado, y en 2010 se quedaron obsoletas. Así que, manteniendo el mismo baremo, hubo que crear las calificaciones de A+, A++ y A+++. Como la vida útil de los electrodomésticos es mucho más corta que la de los edificios, no hay en el mercado electrodomésticos antiguos, y los que se fabrican ahora tienen como mínimo una B.
Por el contrario, los edificios construidos desde 2008 tienen al menos una calificación energética E, pero lógicamente el porcentaje de estos edificios en el mercado es aún pequeño. La calificación A es muy extraña, incluso en edificios de nueva construcción. Sin embargo, en un electrodoméstico, podemos calificar una A como de “justita”, y las pocas B que veremos ya nos harán echarnos atrás en la compra de este producto. Así que, olvidémonos de los electrodomésticos, ellos juegan en otro liga.
Los propietarios ven su inmueble como un hijo, y siempre quieren que tenga la máxima calificación o nota posible, y por supuesto no quieren que “suspenda”, llegando a presionarnos a veces a los técnicos por ello. Parece que es un conocimiento asumido que una calificación E es como un “aprobado raspado”, y una “F” o una “G” son suspensos. Según esto, la D sería un “bien”, la C un “notable”, la B un “sobresaliente” y la A sería una “matrícula de honor”.
Pero el edificio no estudia solo, para que saque una buena nota, habrá que llevarle a clases de apoyo (mejorar la envolvente y las instalaciones), antes de hacer el examen (certificado de eficiencia energética). Porque la alternativa será hacer el examen a última hora sin haber estudiado, que le salga una mala nota y encuentre un “trabajo mal pagado”, o lo que es lo mismo, un precio de alquiler por debajo de sus posibilidades.
Como conclusión, me gustaría que los que leáis este artículo, os quedaseis con el aspecto más positivo del certificado de eficiencia energética. Que dejéis de verlo como un “impuesto revolucionario” o una forma de darnos trabajo a arquitectos e ingenieros, y que lo vieseis como una forma de poner a examen vuestro inmueble y de ver en lo que necesita mejorar. Y que este certificado sea un punto de inflexión a partir del cual comencéis a ahorrar en vuestras facturas.
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